Una de las aristas más criticadas de la doctrina mormona es nuestra creencia de que el destino probable de cada persona que nace y muere en esta tierra es llegar algún día a convertirse en un ser semejante a Dios. “Si los mormones creen que todos pueden convertirse en dioses, entonces son politeístas, y por lo tanto no pueden ser cristianos, porque los cristianos somos monoteístas”, dicen los pobres extraviados.
No me interesa hacer la defensa de nuestra doctrina ante ese tipo de personas, pero hace unos días la pregunta vino de un hermano de mi fe. Así es: un mormón preguntó “¿Entonces somos politeístas?” Aquí es donde me hallo en la mejor disposición de explicar el asunto tal como lo percibo.
La diferencia entre monoteísmo (mónos=único, theós=dios) y politeísmo (polys=muchos) es una convención muy arbitraria, producto de la pérdida de la plenitud del evangelio y, por lo tanto la doctrina de los mormones no espera que se la catalogue en una o en otra categoría.

Explico: El politeísmo aplica sólo para las religiones que tienen una pluralidad de dioses casi independientes entre sí. La discusión en realidad surgió para resaltar la contraposición paganismo-judaismo en épocas previas a Cristo. Los judíos se ufanaban de adorar a un único Dios verdadero, a diferencia de los asirios o los babilonios que eran idólatras y tenían muchos dioses. Pasado el tiempo, el cristianismo compró el pleito del judaismo porque ganó muchísma difusión en el mundo antiguo.
Así, los judeo-cristianos, a diferencia de los griegos, egipcios y romanos, tenían que rendir culto a un solo Dios. Esto significa que aunque Cristo sea un ser separado de Dios, al adorar a Cristo estás agradando al Padre. En realidad hay una sola adoración que hacer.
En otras palabras: el Padre dicta que para adorarlo hay que adorar a Cristo y no hay otra forma. En cambio, en las religiones paganas de la India, Egipto o Grecia, se podía adorar a un dios sin adorar a todo el resto del panteón (pan=todos, theos=dios).
Un ejemplo de esto último es una tragedia de Eurípides en la que Hipólito adora a Artemisa pero no a Afrodita y por eso, ésta última lo castiga hasta matarlo, sin que Artemisa pueda protegerlo.
Esa es la verdadera diferencia entre politeísmo y lo que comúnmente entendemos como monoteísmo. Yo creo que la naturaleza de la Trinidad le causó problemas a la gente no inspirada del mundo antiguo y por eso, aunque Arrio sostenía más o menos lo que la Primera Visión confirmó, el Concilio de Nicea (sí, ese que convocó el emperador Constantino el Grande en 325) terminó por decidir la unicidad y unidad de identidades de los miembros de la Trinidad. Así se evitarían la molestia de admitir que también los cristianos creemos en más de un ser que es Dios.

Pero como los mormones sabemos, esa no es la verdadera naturaleza. Sin embargo, tampoco somos politeístas, porque aunque consideramos que el Padre y el Hijo son personas diferentes, el culto es uno solo y el mismo: la única forma de llegar al Padre es a través del Hijo, y el Espíritu Santo nos ayuda a eso y no a otra cosa.
Creo que debemos proclamar que creemos en la misma divinidad que el resto del mundo cristiano, y hacer que la gente vea que nuestra creencia en que seremos como nuestro Padre Celestial no hace que adoremos a seres humanos ya convertidos en dioses (lo que sí existía en Grecia y era paganismo), sino que es nuestra fe en que en el futuro podríamos alcanzar esa forma de vida gracias a las promesas que hemos recibido.
Por último, me encontré con esta información en Wikipedia sobre otra forma de explicar el asunto ante los estudiosos de las religiones del mundo: el henoteísmo.
Sean felices.