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Creemos en el sexo

Brent A. Barlow*

Hace muchos años, cuando era un joven misionero y acababa de recibir un nuevo compañero, nos encontramos con un ministro protestante que nos invitó a su casa para guarecernos del frío. Tras intercambiar puntos de vista sobre varios temas, nos preguntó: “¿Y cuál es la postura de los mormones respecto a la sexualidad?”.

Yo me sobresalté y casi me atraganté mi taza de chocolate caliente, pero mi nuevo compañero apenas se movió. “Bueno”, dijo el ministro después de un silencio momentáneo, “¿podrían enseñarme por favor la filosofía mormona respecto a la sexualidad?” Se me trabó la lengua y creí que mi nuevo compañero no sabía nada del asunto, pero cuando se dio cuenta de que yo no sabía qué contestar, le dijo al ministro: “Sí, hermano, creemos en ello”.

Eso fue hace 20 años, y me han hecho la misma pregunta numerosos alumnos, amigos y compañeros, tanto miembros de la iglesia como no miembros. Y aún no he podido dar una mejor respuesta que aquella que dio aquel compañero mío: “Creemos en ello”.

La incapacidad de las parejas para la intimidad es una de las principales causas de divorcio.

Creemos en la sexualidad en la misma medida en la que sabemos del dolor que sobreviene por su uso inapropiado fuera de los lazos del matrimonio. Estamos agudamente conscientes de lo que los profetas antiguos y modernos hablaron al respecto. Alma declaró a su hijo Coriantón: “la maldad nunca fue felicidad” (1).

Sin embargo, también creemos en el bien que puede derivar del uso apropiado de la intimidad en el matrimonio. Sabemos del gozo y la unidad que puede adquirir un matrimonio cuando se nutre este aspecto particular de la relación conyugal.

La causa de muchos divorcios

Y aún así, a pesar de que la sexualidad puede contribuir al gozo en el matrimonio,  para muchos es una fuente de frustración y a veces de contención.  De hecho, la incapacidad de las parejas para relacionarse íntimamente es una de las principales causas de divorcio.

El presidente Spencer W. Kimball hizo notar que aún en nuestra iglesia, “si analizan los divorcios, como nosotros lo hemos tenido que hacer en los últimos años, se encontrarán con que hay una, dos, tres o cuatro razones. Generalmente el sexo es la primera: no se involucran sexualmente; y podrán no decir eso en las cortes, incluso pueden no decírselo a sus abogados pero esa es la razón.” (2).

Ideas distorsionadas

¿Por qué algo tan hermoso se vuelve a veces la fuente de tantos problemas? Parte de la dificultad tiene que ver con ideas erróneas. Algunas personas creen todavía que la intimidad sexual es un mal necesario por medio del cual tenemos hijos. Estas personas aprenden una visión distorsionada de los padres que se avergüenzan demasiado por el tema como para platicar de esos asuntos con sus hijos, o que estaban tan preocupados por que sus hijos vivieran la ley de castidad que sólo les enseñaron las consecuencias negativas del uso inapropiado del intimidad.

Miles de jóvenes llegan al matrimonio casi sin instrucción alguna al respecto.

Hugh B. Brown

Algunos desarrollan actitudes inapropiadas a partir de interpretaciones equivocadas de versículos determinados de la Biblia. En Efesios 5:22, por ejemplo, se insta a las mujeres a someterse a sus esposos. Muchos creen equivocadamente que esta escritura enseña que las mujeres deben someterse o humillarse ante sus maridos aún contra su propia voluntad. Así no se promueve la unidad marital en pensamiento ni en acción.

No obstante, en la realidad, la sexualidad es un poder hermoso dado por Dios a la humanidad. El presidente Kimball ha observado: “la Biblia celebra el sexo y su uso apropiado, presentándolo como creado por Dios, ordenado por Dios y bendecido Dios. Deja en claro que Dios mismo implantó el magnetismo físico entre los sexos por dos razones: para la propagación de la raza humana, Y para la expresión de ese bello amor entre varón y esposa, que es lo que hace la verdadera unidad. Su mandamiento al primer hombre y a la primera mujer de ser ‘una sola carne’ fue tan importante como el de ‘fructificad y multiplicaos’.” (3).

Conocer, allegarse

Aunque las palabras sexo o sexualidad no aparecen en las escrituras, en vez de ello, se las describe en términos sagrados con las palabra conocer o conoció. Esta idea de “conocer” o “allegarse” implica un aspecto profundamente satisfactorio del amor en el matrimonio.

Para ser capaces de conocerse físicamente, las parejas necesitan hablar acerca de las dimensiones físicas de su relación. Los compañeros que se sienten libres para platicar sobre finanzas, disciplina, actividades recreativas y cosas así, con frecuencia se sienten incómodos al platicar sobre este tema íntimo.

Muchos asumen que su relación íntima simplemente debe “darse de forma natural” y que hablar de ello significa que algo anda mal. Si bien es cierto que estas cosas íntimas no deben discutirse con amigos ni con parientes, debido a su naturaleza sagrada, también es cierto que es totalmente apropiado platicar de ello entre cónyuges.

Al respecto, el élder Hugh B. Brown dijo lo siguiente:

“Muchos matrimonios han encallado en los peligrosos peñascos del comportamiento sexual ignorante y sin fundamentos, antes y después del matrimonio. La enorme ignorancia por parte de los recién casados acerca del lugar y funcionamiento apropiados para el sexo resulta en mucha infelicidad y muchos hogares rotos. Miles de jóvenes llegan al matrimonio casi sin instrucción alguna al respecto…

Si consideran el matrimonio como la más glorificante e íntima de las relaciones humanas, procurarán ser aptos para sus responsabilidades. Si discutieran con franqueza los delicados y santificadores aspectos de una vida sexual armónica que implica el matrimonio… se podría evitar mucho dolor, muchos corazones rotos y muchas tragedias. 

Hugh B. Brown (4)

Hablando de esta relación íntima —incluyendo los sentimientos y la carga emocional que implica—, se puede hacer mucho para fortalecer un matrimonio. Algunos problemas en el matrimonio aparecen cuando uno de los cónyuges es imprudente y no usa apropiadamente su sexualidad —o no la usa en absoluto—.

No sólo para procrear

La sexualidad debe ser una parte integral del amar y el dar. Todo uso que no incluya estos sentimientos es inapropiado. En mi trabajo como consejero matrimonial, he descubierto que hay parejas que sienten que la sexualidad debería restringirse a una sola dimensión: la reproducción. Pero el presidente Kimball ha dicho: “No conocemos invitación alguna del señor por la que las experiencias sexuales entre esposos tengan que limitarse totalmente a la procreación de hijos” (5).

La procreación es un aspecto integral y hermoso de la vida matrimonial, pero usar la sexualidad sólo para ese propósito es negar su gran potencial como expresión de amor, compromiso y unidad.

Por otra parte, hay parejas que parecen sentir que la única razón por la que existe la sexualidad es la gratificación física. Estas personas se obsesionan tanto con la adquisición de sensaciones que el amor se hace a un lado por completo. Otros usan la sexualidad como un arma o una herramienta intercambio. Esto no sólo es un uso equivocado de un privilegio concedido por Dios, sino que manifiesta un gran egoísmo por parte de quien hace de la sexualidad un agente destructivo en vez de un elemento unificador del matrimonio.

H vs M: ¿quiénes son ‘más sexuales’?

Cierta gente se aferra a viejos estereotipos, asumiendo equivocadamente que las mujeres son menos sexuales que los hombres.

No hace mucho fui invitado a hablar ante un grupo de matrimonios miembros de la iglesia acerca de la sexualidad en el matrimonio. Al final de mis comentarios, una joven esposa me pregunto: “¿Por qué la carga sexual es mucho mayor en los hombres que las mujeres?”

Les dije a los asistentes que yo no estaba seguro de que así sea. por años se ha creído ampliamente que los hombres tienen mayor interés y conductas relacionados con la plenitud sexual. Y también es cierto que muchas mujeres han sido condicionadas a creer que sus inclinaciones sexuales son menores o menos intensas que las de los hombres, y que si no es así entonces algo está mal en ellas.

Pero las investigaciones recientes indican que la capacidad para la respuesta sexual en las mujeres es tan grande que en los hombres, y muchos casos mayor o más fuerte. Reconocer este dato puede ayudar a que ambos cónyuges estén más perceptivos a los deseos y expectativas del otro.

A veces, la imagen de los hombres y las mujeres mostrados en los medios de comunicación influye incorrectamente nuestra percepción de la sexualidad. Nunca presentan una relación marital balanceada, madura y amorosa. Los hombres generalmente son tan fuertes, como héroes arrogantes sin compromisos y con un único deseo: el sexo. Las mujeres se presentan desesperadamente románticas, pragmáticas ejecutivas, obstinadas y, en todo caso, sólo tienen una función: satisfacer el único deseo de los hombres.

Ambas visiones distorsionadas niegan la individualidad de hombres y mujeres. Hacen a un lado el hecho de que los dos son hijos de Dios, con sus propias esperanzas, deseos, talentos y emociones.

Cuando un cónyuge olvida esta verdad o ve al otro como un objeto, la sexualidad puede hacer poco o nada para promover la intimidad. Y entonces llegan, por supuesto, los problemas físicos y psicológicos que dañan este aspecto del matrimonio. Un esposo o una esposa de quien sea abusado sexualmente, por ejemplo, puede presentar problemas de depresión. En estos casos, es apropiado consultar al obispo o a un consejero calificado para tener ayuda. Un médico puede ayudar con los problemas físicos.

El egoísmo

Dudo que haya una mejor relación humana que el matrimonio para enseñarnos la necesidad del amor cristiano, ese amor incondicional que nos persuade a pensar más en el otro que en nosotros mismos.

Aún así, muy pocos, aún aquellos que aparentemente tienen un buen matrimonio, han aprendido a amar así. No siempre es fácil hacer a un lado toda otra consideración para ver qué necesita nuestro cónyuge y luego hacer lo mejor que podemos por complacerlo o complacerla.

Una  joven esposa dijo que el problema no era necesariamente que los cónyuges no supieran cómo amarse, sino que “la gente no sabe cómo amar a la gente”.

Tendemos a hacer por otros lo que nos haría felices si alguien hiciera lo mismo por nosotros. Y luego nos preguntamos por qué la otra persona no es feliz. Una clave para el éxito en el matrimonio es encontrar lo que haría feliz a nuestro cónyuge y luego hallar gozo en proporcionar esa felicidad.

La mayordomía sexual

En la parábola de los talentos, Jesús enseñó que debemos mejorar en lo que sea que se haya confiado a nuestro cuidado (6). Y en el matrimonio nos son dadas muchas mayordomías compartidas, tales como los hijos, la fidelidad y la manutención diaria de los miembros de la familia.

En las escrituras hay ejemplos de mayordomías compartidas. En Moisés 5 se nos dice lo que Adán y Eva hicieron y compartieron juntos: “Adán empezó a cultivar la tierra, y a ejercer dominio sobre todas las bestias del campo… y Eva, su esposa, también se afanaba con él”. Así compartían la responsabilidad del trabajo.

Al compartir otras dimensiones de la vida, también tenían relaciones sexuales y tuvieron hijos juntos (v. 2), oraban y recibían inspiración juntos (v. 4), recibían mandamientos juntos (v. 5), enseñaban juntos a sus hijos (v. 12), e incluso se lamentaban juntos (v. 27).

Pablo se refiere, entre otras cosas, a la responsabilidad sexual cuando dice: “El marido cumpla con la esposa el deber conyugal, y asimismo la esposa con el marido. La esposa no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco el marido tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la esposa.” (7).

En mi punto de vista, esto significa que ni el esposo de la esposa controlan solos o unilateralmente la relación física, y que cada uno ha de ser diligente en su compromiso para con el otro y tener una actitud de cuidado y ternura para con el otro.

Teniendo eso en mente, veamos algunas formas en las que tanto esposos como esposa pueden cumplir su parte esta mayordomía y mejorar esta dimensión de su matrimonio. 

El esposo

Un esposo necesita pasar tiempo con su esposa. Los dos necesitan tener tiempo juntos para compartir ideas, crecer y aprender juntos, y experimentar gozo juntos.

Una esposa no se sentirá muy excitada por un marido que pasa todo el tiempo en el trabajo, en las reuniones de la iglesia, en distracciones que la excluyan, frente al televisor o leyendo el periódico.

Un marido que pasa demasiado tiempo en actividades que excluyen a su mujer le comunica ella el mensaje de que no es muy importante para él. Y no debe haber persona más importante en la vida de un esposo que su mujer.

El presidente Spencer W. Kimball, aludiendo a Doctrina y Convenios 42: 22 (“Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra”), dijo que “las palabras ninguna otra se refieren a cualquier otra persona o cosa. De manera que el cónyuge llega a ocupar el primer lugar en la vida del esposo o de la esposa, y ni la vida social, ni la vida laboral, ni la vida política, y ningún otro interés o cosa alguna debe recibir mayor preferencia que el compañero o compañera correspondiente.

A veces encontramos mujeres que se entregan por completo a la crianza y al apapacho de los hijos a expensas del esposo, en ocasiones al grado de que los aislan de él. Esto constituye una violación directa del mandamiento: y a ninguna otra.” (8).

Si su esposo pone otras cosas primero y es incapaz de hallar tiempo para desarrollar la intimidad en otras partes de su relación con su esposa, ella probablemente no estará muy interesada en la intimidad sexual.

Del mismo modo, una esposa no se interesará si siente que su marido no se da cuenta ni se preocupa por lo que parecen los pequeños gajes del oficio en su vida. Una esposa me comentó una vez que deseaba que su esposo “llegara del trabajo, me mirara los ojos y me preguntara cómo me había ido el día, y luego me diera un beso y un largo abrazo”.

La mayoría de las esposas aprecien profundamente pequeñas ayudas que demuestran que sus esposos perciben sus necesidades. Muchas me han dicho la gratitud que sienten cuando sus esposos ayudan en el cuidado de la casa o de los niños después de un día especialmente difícil. Otras esposas agradecen la ayuda de sus esposos cuando ellas enferman o están embarazadas o sobrecargadas con los quehaceres domésticos.

Cosas mínimas —un “gracias”, cumplidos, un “te quiero”— son de vital importancia. Cuando se incorporan estos “pequeños” elementos al matrimonio, la sexualidad llega a ser más significativa y una expresión de un amor más profundo.

Sin estos elementos, la intimidad sexual puede llegar a ser todo menos satisfactoria para ambos. Las esposas también disfrutan del romance. El problema aquí es que a veces los esposos y las esposas tienen una definición diferente de lo romántico. Muchas esposas incluyen en su definición “el tiempo que pasamos juntos” haciendo cosas en las que ambos están interesados. Ayuda mucho incluir expresiones verbales y escritas de amor, y regalitos que tienen significados sólo para ambos dos.

Si el romance en el matrimonio se limita a la sexualidad, las esposas se llegan a sentir más explotadas que amadas. Una queja que he escuchado muchas veces de las esposas es que hay poco cariño en su matrimonio.

En una encuesta que dirigía hace algún tiempo, encontré que la mayoría de las esposas ponen la satisfacción sexual en muy alta importancia en su lista de lo que decían en el matrimonio. Pero la mayoría también pone la intimidad no sexual en un sitio más alto aún. Muchas manifestaron la satisfacción que sentían cuando se tomaba la mano con sus esposos, o se sentaron juntos a ver la televisión o a leer. Una esposa dijo que le gustaba que su esposo se preocupara por ella en la misma relación sexual. A medida que el esposo aprenda a detectar y a trabajar en las variadísimas necesidades de su esposa, el amor en su matrimonio y todas las expresiones de ese amor mejorarán y crecerán. 

La esposa

Quizás lo más importante que una esposa puede hacer para mejorar la relación sexual en su matrimonio es darse cuenta de que su esposo es también un ser humano con muchas necesidades, esperanzas y aspiraciones.

Desafortunadamente, los medios de comunicación nos contaminan con la idea de que los varones sólo buscan una cosa en una relación. Adoptar esta errónea visión de los hombres es cometer una injusticia con ellos. Los varones, aún aquellos que puedan tener ideas equivocadas de las relaciones maritales, son también hijos de Dios, y tratarlos como tales puede ayudar mucho a mejorar la relación.

Muchas de las ideas que se aplican para los esposos son recíprocas. Así como los esposos necesitan hallar tiempo para ellas, en la misma medida las esposas necesitan darse tiempo para ellos. Algunas esposas pasan mucho tiempo en el trabajo, en el cuidado de los niños o limpiando la casa. Cuando los hijos se van finalmente a dormir y los padres pueden tener un poco de privacidad, las esposas prefieren hacer cosas “relajantes” (ver la televisión, hacerse manicura, leer un libro o hablar por teléfono) que pasar tiempo con sus maridos.

Si sus esposos quieren estar con ellas, con frecuencia ellas se sienten cansadas y emocionalmente indispuestas. Los hombres no van a agradecer y mucho menos a entender tales actitudes: si las actividades del día son verdaderamente tan extenuantes como para que una mujer tenga poco tiempo —o fuerzas— para desarrollar su relación con su esposo, ella o ambos podrían examinar la vida de ella cuidadosamente para decidir qué cosas pueden aplazarse o dejarse, hablado por el bien de la relación más importante en la que ella podrá involucrarse jamás.

También los hombres agradecen el cariño. De alguna manera, tratándose de cariño, los hombres pueden ser tan románticos como las mujeres. Un esposo disfruta poner sus brazos alrededor de su esposa o besarla antes de irse en la mañana. Estas acciones no son necesariamente sexuales; son más bien su expresión romántica del amor que siento por ella.

Si estas expresiones de cariño se topan continuamente con un frío “ahora no”, él puede llegar a sentir que su esposa es indiferente al amor que comparten. Estas expresiones de cariño son al esposo lo que las palabras de agradecimiento y las acciones de amabilidad son a la esposa. Una esposa que las rechaza le está diciendo a su esposo que él no le importa.

Por otro lado, cuando ella inicia para un gran abrazo, o mejor aún, inicia ella misma la acción cariñosa, ella hace más profundo el amor entre su esposo y ella.

Cuando se trata de sexualidad, algunas esposas insisten en reclamar sus “derechos”, específicamente su “derecho” a decir sí o no. Pero el matrimonio es también una relación de responsabilidad y oportunidad. En el matrimonio, ambos compañeros tienen la oportunidad de dar. Creo que muy pocas esposas serán cuenta del poder que tienen para mantener a sus maridos física, emocional y espiritualmente cerca de ellas. Por otra parte, también creo que pocas esposas perciben el grado de frustración y alienación que siente un esposo cuando su esposa ignora sus intereses y necesidades.

Para que tengan gozo

Creo que un Padre Celestial sabio y amoroso dio a las esposas la capacidad de lograr una gran unidad con sus esposos. La clave es dejar el egoísmo a un lado.

El élder Perley P. Pratt dijo una vez que “nuestros afectos naturales fueron plantados en nosotros por el espíritu de Dios, para un propósito sabio; y son la causa misma de la vida y de la felicidad. son el cimiento de toda sociedad amorosa y celestial. El hecho es que Dios creó al hombre, varón y hembra. El plantó en su alma esos afectos que se crearon para promover su felicidad y su unión”. (9)

A medida que los esposos y las esposas aprendan a dar de sí mismos y a entender mutuamente sus necesidades y deseos, estos afectos crecerán hasta que, de hecho, “promuevan su felicidad y su unión”.


Este artículo fue publicado originalmente en la revista Ensign, bajo el título “And They Twain Shall Be One. Thoughts On Intimacy in Marriage”, en septiembre de 1986.
Brent A. Barrow, era, al momento de esta publicación, profesor asociado de Estudios sobre la Familia en la Universidad Brigham Young y servía en la presidencia de una rama del Centro de Capacitación Misional de Provo, Utah.

(1)Alma 41:10.

(2) The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1982, p. 312.

(3) Citado por Billy Graham, Ensign, mayo de 1974, p. 7.

(4) You and Your Marriage, Salt Lake City: Bookcraft, 1960, p. 22-23, 73.

(5) Ensign, octubre de 1975, p. 4.

(6) Mateo 25:14-30.

(7) 1 Corintios 7:3-4.

(8) El milagro del perdón, México: Deseret, p. 256.

(9) Parker Pratt Robinson, ed. Writings of Parley Parker Pratt, Salt Lake City: Deseret News Press. 1952. p. 52-53.