Recientemente CNN en Español publicó un artículo interesantísimo llamado Confesiones de un ama de casa mormona, que es la traducción de un artículo escrito y publicado por la hermana Jill Strasburg, en su blog familiar.
Esta es mi contribución a las confesiones de las amas de casa mormonas, desde México, que es donde yo vivo:
Entiendo perfectamente el sentimiento de Jill. Durante mucho tiempo me sentí inferior por no poder tener la casa limpia.
Mis amigas me insistían en que tener tres hijos pequeños, trabajar en casa y estudiar hacía imposible tener la casa ordenada; pero yo escuchaba más fuertes las críticas y hacía más caso a las caras de desagrado de quienes entraban a mi casa.
Todo ello se agravó cuando quedé embarazada por cuarta vez y mis pocas fuerzas se terminaron. Había tardes completas en las que sólo podía dormir; por más que me esforzaba por levantarme, simplemente no podía.
Debo decir que durante ese tiempo, nadie del barrio me visitó. No tenían idea de lo que me pasaba, pero era muy evidente que no les gustaba nada que yo me estuviera durmiendo en todas partes.
Perdí a mi bebé en la semana 21. Me sentí triste, mucho más triste: lo veía como una señal de que Dios no me consideraba capaz de atender, criar y educar otro hijo. Me sentía aún más inadecuada que antes y no dejaba de pensar en lo imperfecta que era.
No voy a entrar en detalles, sólo que las críticas hacia mis capacidades fueron de verdad fuertes de parte de personas muy cercanas y muy queridas (mi esposo nunca haría eso, él siempre ha sido muy comprensivo conmigo). De modo que empecé a entrar en un estado de autocompasión y profunda tristeza, hasta que un buen día comprendí que me sentía así porque no dejaba de pensar en lo que los demás pensaban sobre mí, en lo que creían que yo era, o no era, y que estaba muy preocupada por las expectativas (a veces incluso contrarias al evangelio) que tenían de mí.
No soy perfecta, es algo con lo que he tenido que lidiar y me sigo esforzando día a día, pero comprendí que no importa lo que piensen otros sobre mí. No importa si ellos creen que soy desobligada, enojona, mala madre o lo que sea, lo que realmente importa es lo que el Señor cree de mí, y lo que debo hacer es buscar Su aprobación, y muchas veces ésta es contraria a lo que el mundo cree que es correcto: es mejor jugar y atender a los hijos que lavar trastes, es mejor leer con ellos las Escrituras que levantar todos los juguetes, es mejor tener un corazón limpio que una casa limpia.
Me he vuelto más “cínica” al respecto, no porque no me importe la limpieza y el orden, sino porque simplemente empecé a preocuparme más por cómo está mi corazón y mi relación con el Señor. He hecho convenios con Él y no he quebrantado ninguno. Por supuesto, no soy perfecta, pero me esfuerzo todos los días, y estoy segura de que el Señor lo ve, y de que lo tiene en cuenta. No importa cuán “perfecta” sea, los demás siempre podrán tener algo malo que decir sobre mí.
Pero el Salvador, que conoce mi corazón, que ve mis angustias, mis penas, mis preocupaciones y mis alegrías; Él, que de verdad me conoce, estoy segura de que no está tan decepcionado de mí como los que sólo ven el exterior.
