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‘Saint-porn’, la ‘pornografía’ que producimos en la iglesia

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Los profetas modernos nos han advertido mucho sobre los peligros de exponernos a la pornografía y de las consecuencias terribles que puede acarrear a nuestra vida y a la de nuestros seres queridos. A pesar de ser tan perniciosa, hay algunas cosas que hacemos de manera común y que bien podríamos considerar pornografía.

El efecto de la pornografía

Hace poco más de 20 años, el presidente Gordon B. Hinckley advirtió en uno de sus más célebres discursos de conferencia general que uno de los efectos nocivos causados por la pornografía consistía en que reduce y anula nuestra capacidad de apreciar la belleza de la vida.

Cuando escuché ese discurso era un joven misionero, y me sentí impresionado por esas palabras. De alguna manera me intrigaba saber cuál era el mecanismo mediante el cual la exposición a la pornografía destruiría nuestra capacidad de apreciar las cosas hermosas de la vida.

Pero poco a poco esa explicación fue surgiendo, y también venía en las palabras de los profetas. El presidente Thomas S. Monson también advirtió sobre ese peligro. Además, comenzaron a realizarse cada vez más estudios sobre los efectos mentales, psicológicos, emocionales y sociales del consumo de material pornográfico.

Estudios que confirman

Así llegamos a uno de los datos más duros, y uno de los daños más profundos, que puede tener consecuencias funestas para nuestra vida. Un componente de la pornografía es que consiste en un montaje de conductas exageradas, que pone en la pantalla o en las páginas la “realización” de deseos.

La pornografía genera expectativas irreales.

Además del obvio desafío a las leyes de Dios que ya implica estar frente a este tipo de contenido, la pornografía es perniciosa porque al mostrar situaciones y conductas que distorsionan o exageran la realidad en cuanto a la sexualidad, se generan expectativas malsanas en la mente de quienes la contemplan. Esas expectativas desviadas, irreales son, por supuesto, de índole egoísta y tiene a generar conflictos cuando, bajo el amparo del matrimonio, las parejas se encuentran con que la realidad de su intimidad no corresponde con las expectativas generadas en el consumo de material pornográfico.

La pornografía no es lo natural

Cualquiera que diga que las relaciones íntimas son de lo más natural como argumento para defender la pornografía, está manipulando y retorciendo la santidad y la verdad, porque en ese tipo de contenidos las cosas son todo menos “lo natural”.

Es ya por muchos sabido que esto genera mucho dolor y frustración en la vida, especialmente en la vida conyugal. Así lo han dicho los profetas e incluso lo han demostrado mediante experiencias que llegan a ellos en forma de cartas de cónyuges de personas adictas a la pornografía, e incluso de parte de los mismos consumidores de ese tipo de material, que abren su corazón y exponen sus casos a manera de testimonio sobre la elevadísima sabiduría de Dios al proscribir su uso.

Food-porn, cuando la pornografía es de otro tipo

¿Has escuchado hablar del food-porn? El food-porn o pornografía de alimentos es una frase que se refiere a fotografiar o videograbar platillos o alimentos que a los ojos se ven suculentos, que generan tal volumen de antojo que los convierte en irresistibles: un banana-split con helado cremoso y mermelada de color brillante, o una hamburguesa con un gran corte de carne que escurre su propio jugo, con un pan esponjoso que hace que toda la pieza se ve alta e inflada…

Food-porn

Todo está muy bien. Suena a una inocente técnica fotográfica que se usa con fines comerciales ¿no? Lo que muchos no saben es que la mayoría de esas fotografías, y más específicamente las que se usan para los carteles y anuncios, son de alimentos que están alterados. Las alteraciones pueden ser mínimas, como poner un pedazo más gordo de carne real, pero también pueden ser tremendas, como usar frutas de madera pintada o pan barnizado con esmalte y otras modificaciones.

Estoy seguro de que sabes de lo que estoy hablando. Si ves en la calle un cartel con una de estas fotos en la entrada de un local donde venden ese alimento, y entras a comprarlo te das cuenta de inmediato de que lo que compraste es más pequeño, menos brillante, menos “inflado” y, en resumidas cuentas, distinto, pero en un sentido negativo. Bueno, si sabes de lo que hablo, y si sabes lo que se siente, entonces lo único que necesitas saber sobre ello es que has caído en las redes del food-porn.

Es curioso que también se llame “porn” y que cause el efecto de la expectativa no cumplida.

Y al fin llegamos a esa “otra pornografía” de la que te he querido hablar todo este tiempo. ¿Cómo? ¿Hay otra? Sí. Y quizás te sorprendería darte cuenta de que muchos no sólo caemos en la trampa al consumirla, sino que la producimos.

¿Qué? ¿Yo produzco algo semejante a la pornografía? Sí. Pero lo han hecho muchas personas a lo largo de la historia.

Saint-porn o Perfection-porn

Se trata de una costumbre o patrón de conductas que consiste en mostrarle a nuestros familiares, amigos y hermanos de la iglesia sólo las cosas buenas que tenemos, escondiendo nuestros dolores, nuestras preocupaciones, encubriendo nuestras debilidades, especialmente las éticas y morales, fingiendo que tenemos vidas plenas y perfectas y pretendiendo que todos los demás también deben vivir esas vidas perfectas.

¿Por qué ha de ser malo dar una buena imagen? En realidad no lo es. Pero sí lo es hacer lo que sea por sólo dar esa buena imagen. Es superfluo y egoísta.

Hace muchos años conocí una familia que asistía con regularidad a la iglesia. Los padres eran felices viviendo el evangelio, o al menos eso parecía. Nadie sabía que pudieran tener problemas. Eran agradables, buenos y yo les tengo un cariño especial. Pero un día me enteré de que se habían divorciado. El problema no es ese, sino que cuando ellos se divorciaron, todos ellos decidieron dejar de ir por completo a la iglesia, porque sentían que tenían la responsabilidad de mostrar que eran perfectos y sentían que habían fracasado.

El efecto es el mismo

Ese es el efecto mismo de la pornografía. Genera las expectativas irreales. Al platicar conmigo, por separado, ambos ex esposos me confiaron todos los problemas que había durante todos sus años de matrimonio. Todo había comenzado con asuntos triviales, y otros un poco más delicados, como situaciones de salud (que no son culpa de nadie) y laborales (que la mayor parte del tiempo se arreglan con un poco de esfuerzo).

En realidad no había nada grave en lo que había pasado… al principio, pero todo se había vuelto una espiral descendente para proteger la imagen, para no acudir al obispo en pos de ayuda, para no sincerarse con amigos y decir “estoy un poco mal de salud”, “tengo dificultades para organizarme”, “necesito mejorar mi empleo” o “no sé cómo ayudar a mi hijo a permanecer activo en la iglesia”.

Intentar ser perfecto no es malo. Lo es mentirnos y ocultarnos tras máscaras de fingimiento.

No es malo querer ser bueno

Una cosa es dar un ejemplo de cómo enfrentamos la vida siguiendo la palabra del Señor. Pero otra muy distinta es fingir que gracias a vivir el evangelio nuestra vida no tiene problemas, que está en total armonía con el universo y, más aún, que ya hemos logrado lo que para muchos es el tope de la perfección.

Una de las razones por las que el Señor estableció Su iglesia fue para que nos ayudáramos y fortaleciéramos entre hermanos. Para eso es la ministración. Debemos estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos y debemos ser humildes para admitir nuestras propias necesidades.

El Señor no nos castigará por no ser perfectos, pero si nos esforzamos por sólo aparentar la perfección en lugar de cambiar nuestro corazón, eso sí lo tomará como un desafío, porque es arrogancia, es el orgullo que hundió a los pueblos soberbios del Libro de Mormón.

Evitar el peligro

Además, generará expectativas de cosas irreales en nuestros hijos, en los jóvenes y en los demás miembros de la iglesia, especialmente en los nuevos.

No te sientas mal de reconocer tu imperfección, es el primer buen síntoma de que te estás acercando al Señor: él lo dice así: “Si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad”, de modo que no hay nada de qué avergonzarse.