Los amigos son nuestros tesoros más valiosos. “Hay amigos más unidos que un hermano.”, dice el libro de los Proverbios. ¿Te ha pasado que observas con cierto detenimiento a tus mejores amigos y descubres que son muy distintos a ti? ¿Qué es lo que hace que sean tan buenos amigos?
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Siempre he pensado que la amistad es un vínculo especial. A lo largo de la vida desarrollamos relaciones con personas que, sin ser de nuestra familia y sin un compromiso formal, está cerca de nosotros y nos habla, nos escucha, comparte momentos, pensamientos y valores. Casi nunca sabemos identificar el momento exacto en el que una amistad ha sido inaugurada, pero de alguna manera, cuando estamos junto a nuestros amigos nos sentimos cómodos, tranquilos, completos… a salvo.
Hace muchos años, cuando acababa de volver de mi misión, me puse a pensar en las personas que habían sido mis mejores amigos. Descubrí que éramos muy diferentes en muchos aspectos. Recuerdo que mi mejor amigo de los años de preparatoria (en algunos países le llaman instituto o el secundario) era muy distinto a mí: le gustaba una música que a mí no, las materias en las que él iba mejor eran las que yo odiaba, no era aficionado a los deportes, como yo, y en definitiva, nos gustaba hacer cosas muy distintas. Sin embargo compartíamos muchos grandes momentos, nos divertíamos mucho y hablábamos del mejor modo de conquistar a una chica y de tener en óptimas condiciones nuestros autos. Pero también hablamos mucho de nuestros sueños, de nuestras ganas de llevar una buena vida. Comentábamos nuestras clases de seminario a las que asistíamos juntos, y platicábamos mucho sobre cómo agradar al Señor y lidiar con nuestros problemas, con las tentaciones, con la adversidad.
Y al pensar en lo que tengo en común con mis amigos más cercanos, me he dado cuenta de que la amistad más sólida es aquella que establece la comunicación entre nuestros espíritus. Y si nuestros espíritus se parecen, entonces se reconocen y surge la amistad.
Y así es como surge mi teoría sobre la naturaleza espiritual de la amistad, y por eso, al escribir mi primera novela incluí esa explicación que les quiero compartir. Uno de los personajes le está hablando al que ha sido su mejor amigo por casi toda la vida:
“¿Nunca te preguntaste por qué fuimos los mejores amigos siendo tan dispares? Tú eras un conquistador y yo un hazmerreír. Tú hipócrita, yo cínico. Tú la música de banda, yo el hiphop. Tú irreverente, yo solemne. Te la expliqué un par de veces, mi teoría: creo que aunque en el mundo material, en la realidad, en lo que da nombre a la física, podemos ser muy distintos, nuestros espíritus son afines, parecidos, hermanos. Nuestros espíritus son lo que nos hace ser quienes somos desde la eternidad en el pasado y quienes seguiremos siendo eternamente en el futuro. ‘Sin principio de días ni fin de años’. Tu espíritu y mi espíritu se reconocen como allegados y somos los amigos más unidos”.
Hace unas semanas entrevisté a una exitosa escritora de literatura juvenil, que acaba de lanzar un libro cuyas protagonistas son dos niñas que se hacen amigas. Ellas son muy distintas, una es muy rica y la otra, muy pobre, pero desde el inicio hay una comunicación profunda entre ambas: comparten sueños, aspiraciones, se hacen las mismas preguntas y hasta cuando se pelean siguen manteniendo un enlace de carácter espiritual. Cuando le pregunté a la escritora cuál era el papel de la amistad en la vida de la gente, me dijo: “Yo creo que la función de los amigos es ponerte un espejo enfrente”.
Dice el Señor en Doctrina y Convenios (88:40) que la inteligencia se allega a la inteligencia, la sabiduría recibe a la sabiduría; la verdad abraza a la verdad; la virtud ama a la virtud; la luz se allega a la luz.
Si te he hecho pensar en tus amigos, y hay algunos que ya no son tan cercanos a ti, puedes preguntarte si algo en cualquiera de los dos ha cambiado espiritualmente. Quizás esa sea la razón de cierto distanciamiento. De cualquier forma, cualquier asunto espiritual se puede arreglar durante esta vida con amor, paciencia y gracias a la expiación de Cristo, que es el máximo y mejor de todos, y que ha llamado a sus seguidores más fieles sus amigos: “nadie tiene mayor amor que éste: que uno ponga su vida por sus amigos”.
Cuando pienso en estas cosas, miro a mis amigos, a las personas que me rodean sin ser mis familiares, y me alegro, porque son personas buenas y bellas de alma. Es lo que veo en su espejo, y me alegro aún más porque una de esas valiosas amigas aceptó ser mi compañera y fundar una familia eterna conmigo. Cuando tenemos amigos buenos y admirables, podemos decir que algo estamos haciendo bien en nuestras vidas, puesto que la amistad y el amor son básicamente afinidades de tipo espiritual.
R. de la Lanza es escritor y editor. Su novela Eleusis trata sobre cuatro generaciones de dos familias s.u.d. en México.